K

Cuando tus besos se alzan por la noche
sobre las nubes
y rozan delicadamente las estrellas,
allí estoy yo esperando,
sediento,
cada gota de tu delicioso sabor.
Y el olor de tus pechos
vuelve pronto a adormecerme.

Cuando tus ojos iluminan el Sol
y tus pasos
percuten las aceras silenciosas
que antes transitaba sin rumbo,
allí estoy yo mirándote,
suspirando,
queriendo saber todo de ti.

Cuando tu pelo acaricia el viento
–nunca tan fresco,
jamás tanta lluvia–,
allí está la certeza de ser tú
esa que yo exploraba en imaginaciones,
en sueños,
y aún lejos de tus cabellos.

Cuando tus muslos se abren
como un amanecer,
o como un bote de miel suave
y desean acoger a este incauto,
yo inscribo en tus mejillas
docenas de besos calientes,
para que nadie jamás
los borre.

Cuando tu espalda,
de pronto,
cae como una cascada embrujada,
infinitamente salvaje e inacabable,
de piel brillante,
solo sé agarrarme a ella
con la yema de los dedos,
trazando lentos círculos
para que duermas,
y dormida permanezcas
un poco más a mi lado,
y si despiertas en la oscuridad
nuevos besos
estén listos para mí.

Porque cuando tus besos se alzan por la noche
sobre las nubes
y rozan delicadamente las estrellas,
allí estoy yo esperando,
sediento,
cada gota de tu delicioso sabor.
Y el olor de tus pechos
vuelve pronto a adormecerme.

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